Susurros de amor

No hay nada que me excite más que me digan  cositas subidas de tono al oído. Es algo que me retuerce de placer al instante. Si un hombre descubre esto y sabe cómo utilizarlo, me tiene húmeda y expectante cuando quiera.

No hay para mí nada como el estímulo auditivo. Dicen que los hombres, en cambio,  son más visuales y de ahí viene el éxito de la lencería, el maquillaje y los tacones. Las mujeres nos hemos dado cuenta de esto hace varios millones de años y utilizamos estos estímulos para conseguir atrapar a los hombres bajo nuestras faldas. La cantidad de dinero que invierte una mujer en estos objetos es enorme. Incluso hacemos cursos para aprender a maquillarnos, nos gastamos miles de euros en medias de encaje, sujetadores y corpiños imposibles de utilizar después para ir a la oficina pero que sirven para un objetivo mayor.  Tanto esfuerzo  nos merece la pena cuando ellos nos miran con deseo y se hacen un lío tratando de desabrochar tantos corchetes.

La mayoría de las mujeres somos más auditivas. Lo que pasa es que muchos hombres aún parece que no quieren darse cuenta. Debe ser que están obnubilados con tanto encaje y tanto rímel. Es como lo de bailar. Si yo fuera hombre, lo primero que haría sería dar clases de salsa y bachata para así ponerme morado a ligar en discotecas. Parece que tampoco se quieren dar cuenta que a las mujeres nos vuelven locas los hombres que bailan y mueven las caderas. Nos recuerda a ya sabéis qué. ..

El caso es que a mí me gustan los susurros al oído. Primero tiernos y acariciantes y después, meteóricos y con dos rombos. Un par de tacos bien dichos  y podría alcanzar el orgasmo a base de palabras, eso sí, eligiendo siempre las más adecuadas. Si me dicen las típicas cuatro guarradas que se saben algunos hombres y que repiten como papagayos una y otra vez escupiéndome al oído, pues, evidentemente, se me baja la líbido a los pies y es complicado recuperarla de tan abajo.

Ahora cada vez que me acuesto con un hombre, digo exactamente lo que me gustan los susurros de amor y pasión al oído. Lo pido directamente. Tanta lectura feminista, tantos círculos de mujeres y tanto luchar en pro de la autosuficiencia femenina, me hizo ver que si no pedía lo que gustaba en la cama, me quedaba anaorgásmica  perdida. Y una vida sin sexo, ahora mismo, no soy capaz de concebirla. Me gusta demasiado.

Yo en la primera cita, lo dejo caer sin tapujos. Recalco la importancia de las palabras, del tono de  voz, del ritmo, del timbre, de la evolución ascendente de cada sílaba. Pero cursos de formación de dicción de guarradas no doy. O les sale de forma natural, o se esfuerzan y lo aprenden. Si no, conmigo desde luego, no tienen nada que hacer.

Tuve una relación de un par de meses con un chico que no hablaba nada mientras lo hacíamos. Era una situación desesperante. Follamos unas 10 veces y no le saqué ni una sola palabra. Yo le intentaba preguntar mientras lo hacíamos… ¿Te gusta? ¿Quieres que te haga esto o lo otro? Pero nada. Ni contestaba ni preguntaba. Apenas conseguí que soltara un mini gemido ronco, mientras yo exageraba mis movimientos y agitaba adrede mi respiración pareciendo una loca histérica más que una mujer pidiendo amor.

Un día, yo estaba montándole como si estuviera rodando una película porno en su casa, para ver si conseguía que aquel hombre soltara alguna palabra que me hiciera acabar de tocar el cielo que solo con su cuerpo apenas rozaba de lejos. Y de repente, me harté. Le dije “se acabó”. Y sentí muy dentro cómo nuestra relación se terminaba a la vez que su erección.

“¿Por qué me dejas?”- me preguntó. “Porque no me hablas mientras lo hacemos”, le dije. Respondió enfadado que por qué no se lo había pedido, que él lo hubiera intentado encantado.

Discutimos fuertemente y me fui de su casa furiosa. Ya en el ascensor, me di cuenta que fue mi silencio y no el suyo, el que había acabado con esa relación.

 

La incapacidad de expresar y pedir lo que nos gusta y lo que necesitamos hace que nos alejamos los unos de los otros a planetas de distancia. Debemos recordar que el otro no tiene rayos X ni la bola de cristal para detectar qué queremos en cada momento. Aprender a comunicarse conscientemente y abrirnos a pedir lo que nos gusta, teniendo en cuenta que quizás no lo recibamos y que no por eso es un fracaso. El triunfo es comunicarse honestamente.  A las personas nos gustan las cosas claras. Un sí es un sí. Un no es un no. Y un me da igual significa exactamente eso, que me da igual.

Si quieres aprender a comunicarte y expresar tus deseos y tu sentir sin culpa, ponte en contacto conmigo y trabajamos juntos para dejar de estropear relaciones que quizás, merezcan mucho la pena.

¡Recuerda que la primera consulta es gratuita!

info@teresasalgado.com

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