Soltando expectativas

Disfruta de este primer relato hasta el final y explorarás de una manera divertida y algo picante, cómo vivimos las expectativas y sus consecuencias…

Menudo verano de mierda. Un calor sofocante y yo en Madrid muerta del asco.

Mi novio, bueno, mi ex novio actual, me dejó en pleno agosto antes de irse a Gandía con los cafres de sus amigos. Debe de estar actualmente eligiendo entre una sueca y una de Parla.

Mis amigas tenían plan chulo en Ibiza, pero como yo estaba saliendo con él cuando lo superplanificaron todo en febrero, pues ahora me había quedado compuesta, sin novio y sin amigas, en pleno agosto, ardiendo el asfalto.

Salí de currar el viernes a las 15h y me fui directamente a la pisci de mi casa. Mi casa es una caja de zapatos, vivo en 45 metros cuadrados en el último piso, el más caluroso, claro. Pero tiene una piscina espectacular, con sus sombrillitas y tumbonas para hacer unos largos y tostarse al sol, con bikini de cuello alto, claro, que mis vecinos se escandalizan por más centímetros de piel de lo estipulado en las reuniones esas de marujas en el portal a las que nunca voy.

Eso de que no se puede hacer topless en tu propia piscina lo han decidido esas marujas, sus maridos estarían encantados de mirar el percal por encima del ABC cuando lo leen los domingos mojándose los pies.

Cuando yo me mudé a este bloque, hace unos 4 años, te podías bañar en pelotas si te daba la gana. Nunca vi a nadie hacerlo, desde luego, pero por poder, se podía fijo. Lo que pasó fue que el verano anterior alquilaron el bajo a 2 chicas alemanas que se querían quitar el blanco nuclear del cuerpo que traían de su país,  sin dejarse marquitas del bikini evidentemente. Todos estábamos encantados, el caché de la piscina había subido bastante y estaba de bote en bote todos los días.  Todos los vecinos mejoraron su crol, venga a nadar de un extremo a otro de la pisci aprovechando cada bocanada de aire para echar un ojo y gritar Viva Alemania!

Por lo visto a más de una jubilada le debió de sentar mal tantas salpicaduras, que se quejó a nuestro querido Presidente de la Comunidad, quien puso un cartel enorme pero con letra roja muy pequeñita y subrayada, que se prohibía hacer topless terminantemente en los espacios comunes.

Las alemanas se fueron a Tarifa que allí hay mucho surfero sin marcas en la piel. Y en mi bloque nos quedamos helados.

Yo apenas bajo ya a la piscina desde aquel terrible suceso.

El caso es que ese viernes de agosto me bajé directa a bañarme ese verano por primera vez.  Juanra me había dejado y mis amigas ya estaban borrachas en el avión camino a Ibiza.

Nadar 120 largos era mi mejor plan para esa tarde. Decidí que lo mejor era ponerme el bañador de nadadora profesional que usé en invierno de 2001 cuando me apunté a un curso de perfeccionamiento de braza que no finalicé, por cierto.

Bajé con mis gafas de buceadora a la pisci ya puestas en la frente, mi bañador de atleta y una camiseta de Hello Kitty ancha de algodón que uso en verano para dormir.

Nada más pisar el césped, me di cuenta de que algo raro pasaba. Tierra trágame!! Desde cuándo nuestra querida Comunidad de Vecinos contrataba a un top model de socorrista???

Tuve que bajarme hasta la nariz las gafas de sol, para observar el pedazo de vigilante de la playa que teníamos ese verano. Han debido de despedir al chavalín imberbe de todos los años. Creo que voy a bajar más a esas reuniones de vecinos en el portal porque la política exterior e interior siempre me ha interesado mucho.

Ese pedazo de cuerpo de vigilancia apatrullando la piscina y yo con mi camiseta de Hello Kitty y un bañador de cuello vuelto!! Quiero desaparecer. De estas cosas no informan en los cartelitos, eh, señor Presidente?

Pensé que lo mejor era disimular y hacerme la sueca. Así que eché un vistazo rápido por las sombrillas como si buscara a alguien y me volví rápido a casa.

Me quedaba una larga noche de chapa y pintura.

Sábado por la mañana. Mireia Belmonte ha dejado paso a Pamela Anderson.

Sandalias de tacón fino que hacen que parecer infinitas  mis piernas doradas que se pierden debajo de un mini pareo de flecos anudado a una de mis prominentes caderas. Llevo desde el día anterior sin ingerir líquidos ni sólidos. Este cuerpo no es gratis. No me queda ni un solo pelo en piel, excepto cejas y mi alisado japonés perfecto, por supuesto, ideal. Era el primer verano que echaban en la tele “Supervivientes” y me había comprado por internet un biquini  rojo pasión diseñado por Paula Vázquez, ESPECTACULAR. Allí en la isla esa debía de haber poca tela pero de buena calidad, porque era minúsculo, eso sí, valía una pasta.

Tiemblo ya en el ascensor solo de pensar en ese morenazo de piel canela que me va a salvar del verano más aburrido de toda mi vida.

Este chico debe ser de los que le dedican más tiempo a su cuerpo que a su mente.

Pero me da igual. Sus bíceps me ciegan incluso aunque lleve mis famosas gafas de sol modelo Aviador Ray Ban que me compré en las rebajas de enero.

Nada más llegar, mi vecina de abajo me grita que me voy a cargar el césped con esos tacones. Creo que ya voy a estar roja toda la mañana. La voy a romper los dientes en cuanto me la cruce en la escalera.

Extiendo mi toalla lo más cercana posible al puesto de mi policía de piscina porque siempre me ha gustado sentirme segura. Además, me encantan los uniformes, aunque el de él se reducía a un pantaloncito rojo con el logo de su empresa. Creo que va sin camiseta por si se tiene que tirar al agua rápidamente en un caso de vida o muerte.

Ya había captado su atención cuando mi querida vecina de Greenpeace se molestó por mis sandalias, pero ahora ya no me podía quitar los ojos de encima.

Empecé a untar todo mi cuerpo con aceite bronceador. En ese momento, los factores de protección habían pasado a segundo plano. En lo que sí que hice caso a mi dermatólogo, fue en esparcírmelo bien. Eso es vital. Estuve más de una hora con el aceite brillando en mi piel.

En un juego de miradas tras nuestras respectivas gafas de sol, sentía su energía crecer tanto como la mía, en mi vientre y en el suyo. Los 40 grados de agosto en Madrid eran aire fresco comparados con el fuego que sentía entre mis muslos bañados en aceite bronceador con olor a playa.

Tras una hora de exposición solar, vuelta y vuelta, me entraron mil sofocos y decidí darme un baño, sin dañar el alisado japonés de mi larga melena.

Me sentía ridícula nadando como un cisne pero no podía permitir que mi pelo acabara como el Rey León.

Hice un largo nadando como un perrito, y me dí una ducha helada. Sé que mis pezones se transparentaban tras ese minúsculo bikini de Supervivientes y sé que ya él era mío.

Pasé todo el día en la piscina, mojada por dentro, y por fuera, entre aceite y agua y toda mi humedad interna en las braguitas de mi flamante bikini.

Me fijé detenidamente en sus torneados brazos, en su piel suave y depilada. Soñé con dormir en sus pectorales mientras sus manos acariciaban mi pelo liso.

Ya me lo había follado varias veces en mi cabeza, cuando cayó la tarde y mis vecinos se empezaron a marchar a sus casas a cenar. El socorrista recogía las cosas de la piscina lentamente, ninguno de los dos quería que ese tórrido día acabara cada uno en su cama acariciándose pensando en la unión de 2 cuerpos morenos bajo el agua con sólo la luz de las estrellas.

A las 21h en punto, apareció una chica en moto, con una coleta alta, llevaba unos vaqueros y una camiseta ancha con un payaso.

Era su novia.

Pero la payasa, era yo.

Casi automáticamente nuestra mente elabora expectativas sobre qué, cómo y cuándo van a suceder determinados sucesos ante los escenarios que la vida nos va planteando.

Estos pensamientos anticipatorios llamados expectativas nos limitan y alejan del aquí y del ahora, que es el único instante que existe.

Escapamos a un futuro que no existe basándonos en un pasado que tampoco existe. 

Te invito a vivir plenamente el “Aquí y el Ahora”, soltando expectativas y abriéndote a lo que la vida trae a cada instante con la voluntad de aceptarlo plenamente.

Quizás puedas necesitar acompañamiento para soltar todas tus expectativas y poder vivir libre en el presente, el único momento que existe aquí y ahora, te ofrezco las técnicas que he recopilado durante toda mi vida académica y profesional. Me puedes localizar en info@teresasalgado.com y en el teléfono 637 46 41 49. 

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