Coqueteando en Tinder
Harta de que todas mis amigas me quisieran endosar a solteros desesperados, me decidí a probar por fin la famosa aplicación de Tinder.
¿Qué les hacía pensar a mis amigas que si ellas no se acostaban con esos solteros, yo sí? ¿Por qué me los presentaban a mi?? Yo si veo algo interesante, me lo quedo, no? Pues lo mismo, si tú no te enrollarías con él, qué te hace pensar que yo sí?
Me empezaba a sentir un poco como Bridget Jones, así que me di de alta en Tinder en 5 minutos. Bueno, quizá fueran 50 minutos… elegir la foto de perfil es una ardua tarea.
Al menos me tomé un poco de tiempo en elegir fotos en las que no saliera acompañada. Inexplicablemente, hay usuarios de Tinder que deben de pensar que ligan más si en la foto aparecen con su pareja o con su ex, o peor aún, con un grupo de amigos y así te quedas sin saber quién es realmente el interesado. Menudo lío!
Tampoco me hice un book de fotos porque también he notado que Tinder puede ser un catálogo de modelos sin una sola arruga en su rostro y con sonrisa Profiden.
Esto me desanimó un poco. Si esos modelos que aparecían en las fotos siguen en Tinder es porque están aún buscando pareja, no? Pues yo tardaría siglos en tener una cita. Nada más lejos de la realidad. Siempre hay un roto para un descosido!
Al principio, me detenía en cada foto y la escudriñaba bien. Tardaba un buen rato en decidir si enviaba un flechazo o no.
Deberían hacer un libro de instrucciones para que los novatos se enteren de cómo va lo de los flechazos, el chat, cómo acabar wasapeando y demás. Es todo un submundo con sus reglas implícitas y como no las conozcas, pues la puedes liar parda.
Tú te das de alta en un momentito (bueno, depende de cuánto tiempo necesites en seleccionar las fotos para tu perfil) y alá, te sueltan a un campo de ganadería 100% porcina.
Tardé poco, en pasar las fotos de los pretendientes a velocidad de vértigo. No podía estar escrudiñando cada foto porque se me hacía eterno y podía estar perdiendo mil oportunidades más en cada momento!! Enseguida me percaté de que lo importante era la rapidez y dedicarle bastante tiempo al día.
Me entró un poco de ansia. Quería ver todas las fotos a la vez. Las pasaba muy rápido, así como cuando ojeas una revista de cotilleos solo para ver las fotos al tun tun, sin leer nada pero mirándolo todo.
A los dos días de darme de alta en la aplicación, tenía una red de contactos masculinos más grande que una plaza de toros. Mi agenda echaba humo. Tenía citas toda la semana, e incluso la semana siguiente ya agendada también.
Así que tuve que empezar a hacer doblete e incluso, triplete, y quedar con más de un tío por día. No daba abasto.
Me di cuenta de que en España tenemos la absurda tendencia de quedar siempre para comer o cenar. O tomar un café. Siempre hay que estar bebiendo o comiendo algo para poder conocer a gente.
Como mi agenda siguiera así, tendría que ponerme a dieta! No entiendo porqué no podemos quedar sin alimentos o bebida de por medio.
Para la primera cita, estuve 3horas pensando en qué ropa ponerme. A la octava cita, ya tenía varios conjuntos seleccionados previamente a los que denominé “Uniformes Tinder”.
Ni muy provocativa ni muy mojigata, ni muy pija ni muy perra flauta, ni muy ajustada ni muy ancha, ni de negro ni muy llamativa, ni muy maquillada ni con la cara lavada, ni muy escotada ni con cuello alto. Sobre todo hay que ser muy cuidadosa para elegir la lencería. Nada de estampados de leopardos (al 90% de los hombres les asustan realmente las tigresas y las leopardas) y nada de braga-faja por supuesto. Un conjunto negro con un toque de encaje es sencillamente perfecto para una cita de Tinder.
Reconozco que es complicado crear “uniformes Tinder”, pero una vez que los tienes decididos, te ahorras mucho tiempo y siempre aciertas! Esto deberían añadirlo en el libro de instrucciones y consejos para usuarios primerizos de Tinder.
Sobre todo porque hay gente que no tiene medida, y se disfraza para las citas. A mí una vez me vino un chico como de rapero y puff, me hice la loca y dije que tenía que irme corriendo que se me había olvidado sacar a pasear al perro.
Otra vez fue peor y llegó un chico vestido con esmoquin; yo me sentía ridícula con mis vaqueros del “uniforme Tinder” que tocaba ese día. Tuve que decirle que se me había inundado la casa y que me tenía que ir rápidamente.
He de confesar que algunas veces, también mi cita ha salido por patas. Un chico me dijo en medio de la cena que le había escrito un wasap su madre porque su abuela se había muerto. Se fue corriendo «al tanatorio», claro.
Otra vez, tomando un café con otro chico muy guapete, me dijo que se iba al baño, y aún estoy esperando. Debió ir realmente a «por tabaco», porque nunca volvió.
Después de 25 citas, no había conseguido ni un solo orgasmo y ni mucho menos, había conseguido encontrar a mi príncipe azul. Y estaba un poco harta de Tinder. No me daba tiempo a quedar con mis amigas. Ni siquiera podía ir al gimnasio, porque todo el mundo sabe que si no le dedicas todos los días un ratito a Tinder, no vale para nada.
Un día, tras una cita de lo más normal, en la que ni él ni yo habíamos sentido atracción (estas citas son las más cómodas, hablas sinceramente de que no hay química mutua y no te complicas la vida), fui hacia el Metro, con intención de regresar sola a casa, y me senté a esperar el tren en uno de los banquitos de las vías del Metro de la estación de Tribunal. Estaba entretenida con mi pasatiempo favorito: pasar rápidamente una a una las fotos de Tinder y dar a flechazos al tun tun. Ni me percaté que a mi lado había un chico haciendo lo mismo con su móvil.
En un momento dado, los dos nos miramos y nos echamos a reír a carcajada limpia: nos dimos cuenta de que estábamos buceando en Tinder sin levantar la cabeza para percatarnos de que teníamos al lado, quizá, a una cita maravillosa.
Evidentemente, ese día no me fui a casa sola en Metro, como había previsto.
Salimos a pasear por Malasaña un montón de horas. Hablamos de todo. De Tinder, del trabajo, de nuestra familia, de nuestras mascotas…
No me podía creer que tras 1 mes siendo una aplicada usuaria de Tinder, encontrase en el mismísimo Metro a un chico tan interesante. Él también estaba dado de alta en Tinder, ¿cómo es posible que yo no me hubiera fijado en él a través de la aplicación?
Me di cuenta de que, quizás, yo había estado pasando las fotos demasiado deprisa. O quizás, en algún momento descarté a ese chico, porque no era muy fotogénico, pero ahora que estaba agarrada a su mano dando vueltas por Madrid, me parecía el chico más atractivo que había conocido nunca.
Me robó mil besos en cada rincón. Yo le robé mil abrazos. Me empezó a meter mano por encima de los vaqueros. Y yo a él por debajo de los suyos. Me encanta que los chicos no lleven los vaqueros tan ajustados como nosotras. Así les podemos tocar el culo con holgura. No podíamos parar de tocarnos. Por encima y por debajo de la ropa. Ya no había límites para nuestras caricias. Sus vaqueros iban “creciendo”. Ya no le podía meter mano con tanta holgura. Lo notaba entre sus piernas crecer al abrazarnos. Me susurró al oído palabras de amor y deseo. Si hay algo en este mundo que me derrite, son los susurros de pasión. Mi oreja se vuelve mi clítoris. Y él lo había descubierto. Me pidió que fuera suya esa noche, que le dejara penetrar en mi interior y bucear entre mis piernas y me rogó que, sólo por una noche, me considerara de su pertenencia para poder hacer conmigo lo que él quisiera.
No sé cómo, pero nuestro paseo por Malasaña acabó justo en su portal. Subimos a su casa por las escaleras. Vivía en un primer piso de una casa antigua del centro.
Ya crucé el umbral de su puerta casi desnuda. Nos acabamos de quitar la ropa mutuamente por el pasillo, a oscuras, camino de su dormitorio.
Mis pezones se erizaron al contacto con el ambiente frío propio de la madrugada, pero mi cuerpo ardía. Puro Fuego entre mis piernas, bendita Agua en mi clítoris, profundas bocanadas de Aire entraban en mis pulmones sobre esta Tierra que sostenía tanto placer alineando los 4 elementos.
Nos abrazamos, desnudos, en su cama. Me dijo al oído que iba al baño un segundo. Que le esperase calentita bajo el edredón.
Y…lo estropeé todo.
De repente, vi que parpadeaba insistentemente una lucecita que provenía de mi bolso. Era mi móvil. Automáticamente, repté hasta llegar a mi teléfono. No podía esperar a leer los más de 30wasap y 20 flechazos de Tinder que tenía pendientes. Creo que hacía meses que no estaba tantas horas sin mirar el teléfono como aquella noche. No pude resistirme a leer los wasap, era una incercia diaria en mi vida. Justo en ese instante, él entró en la habitación sigilosamente y encendió la luz.
Al verme totalmente entregada al móvil, su cara me mostró el fiel reflejo de la decepción. Todo se empequeñeció entre sus piernas.
Desde entonces, no he vuelto a usar Tinder. Y solo leo los wasap una vez al día. A veces, incluso, me gusta salir de casa sin el teléfono en el bolso!!
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