Relatos picantes para dejar volar la imaginación.

¿ilusión óptica o Superlunón?

Sí, yo también tengo la cabeza como un bombo y tengo ganas de mandar todo a la porra y cambiar radicalmente de vida: ponerme el pelo rosa, irme a vivir a México y quitarme el whatsapp para siempre! Incluso noto que hay más tensión e imprudencia al volante, más competitividad en el trabajo…como un volcán en erupción.

Me suele pasar con cada Luna Llena, y su influjo puede durar alrededor de 3 días cada mes. Menos mal que me escribo notas a mí misma durante las otras fases lunares en las que me recuerdo que no deje a mi pareja, ni mi trabajo ni me compre billetes de avión caros ni pase por la peluquería durante los Plenilunios.  Y no, no es que tenga doble personalidad, es que he tomado conciencia de mis ciclos y de mis heridas, y como la auténtica bruja que llevo dentro, he recuperado mi poder ancestral para vivirme en plenitud.

¿Dudas de si estás teniendo una ilusión óptica o es que realmente la Luna hoy se ve más grande de lo habitual?

No estás teniendo alucinaciones visuales (al menos con respecto a la Luna, no? Jeje). Es que hoy tenemos en nuestra bóveda celeste el fenómeno llamado Superluna: vemos un 14% más grande la Luna porque nuestro querido satélite lunar se encuentra en su punto más cercano a a laTierra ya que gira alrededor nuestro en forma elíptica, no en círculo. Vamos, que si te empeñas, y si crees en la magia, hoy podrías alzarte y de puntillas, hasta rozar la cara oculta de la Luna.

Sabemos que la Luna influye en las mareas. Y si a esto unimos que el cuerpo humano es más del 75% agua…pues quizás ahora te expliques porque has estado tan revolucionado estos días y con la sensibilidad a flor de piel. ¡¡Todo sube!! Y nuestras emociones, sobre todo las reprimidas y no expresadas, también.

Las exaltaciones de pasión, en mi caso, he aprendido a canalizarlas hacia tareas creativas como pintar, escribir, bailar, inventar platos culinarios…Te invito a que encuentres la tuya para no levantarte mañana en México con el pelo rosa 🙂

La Abuela Luna tiene marcado carácter femenino, pero ni hombres ni mujeres están a salvo de su influjo. La Luna es pura agua y nuestras emociones hierven  ahora más que nunca en nuestro interior. Si las permites, si las expresas, fluyen, y te indican el camino de vuelta a casa, al hogar.

 

Si quieres saber más sobre la Luna y su influencia en ti y en los demás, ponte encontacto conmigo en info@teresasalgado.com

¡¡Feliz Luna Llena!!

 

 

Verano de Luna Llena

Al principio, desde mi ventana se veía el cielo azul y las noches estrelladas de Madrid. Me gustaba dormir desnuda encima del sillón que había colocado estratégicamente al lado del ventanal, para empaparme de la Luna Llena en cada ciclo. Hasta que el año pasado construyeron otro edificio de viviendas gemelo al mío,  justo en frente.

No quería resistirme a la cita lunar que tenía conmigo misma cada mes desde hace más de 13 lunas, así que continúe con mis automasajes de pechos con final feliz bañada por la enigmática Luna Llena.

Este invierno, mi ventana permaneció cerrada a la lluvia y al frío, pero a través del cristal, disfruté puntualmente de mi cita mensual con la Luna Llena y de cada centímetro de mi piel,  bañada por la luz que mi guía lunar arrojaba con pasión sobre mis sombras más ocultas.

Ha llegado un tórrido verano a Madrid. Me encanta disfrutar de la leve brisa nocturna de estos días, con las ventanas abiertas de par en par.  Empaparme de los sonidos que llegan a mí como un torrente de vida oculta  que fluye a través de  la noche.

No fui consciente de que además de mi amiga la Luna, alguien más me hacía compañía en estas citas de pasión nocturna conmigo misma: tenía una nueva pareja de vecinos en la ventana justo en frente de la mía.

Ardía una noche de plenilunio, cuando escuché entre la vigilia y el sueño, unos gemidos que circulaban por el aire,  a veces sostenidos entre las sábanas y a veces liberados salvajemente sin pudor. Dicen que las mujeres nos excitamos por el oído y los hombres, con la vista. Y pude sentir en mí aquella excitación femenina auditiva que se transformó en un calor chispeante entre mis muslos. Sólo con los sonidos de aquellos aullidos de pasión, me imaginé cómo un hombre embestía  por detrás a una mujer desnuda tapándola la boca para intentar acallar tanto amor desbocado. Imaginé cada lametón, cada beso, cada caricia, cada orgasmo, una y otra vez. Una y otra vez.

La noche siguiente, presa de una excitación volcánica, esperando a disfrutar de aquellos gemidos de nuevo, e incluso, ojo avizor para ver si, además de calentar mi oído, aquella pareja de amantes, calentaban mis pupilas. Pero no había rastro de aquellos amantes cantores de mis pasiones veraniegas. Supuse que lo que hace único de lo salvaje es que es momentáneo y pasajero. Me gustó imaginarles dormidos, tranquilos, abrazados, reposando ella sobre el pecho de él, sintiéndose completa y amada. Me dormí con ellos en mi mente y miré a la Luna Llena de aquel mes, agradeciéndole tanto amor bañado por su luz y expresado en mil formas y escenarios diferentes.

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3 amantes

Me he llegado a juntar con 3 amantes a la vez. Algunos pensarán qué suertuda y otros que soy una fresca. La verdad es que me da igual. Soy todo eso…y mucho más.

Aunque no sé si son 3 amantes o podemos dar el honor de ser considerado “novio” al primero, por aquello de haber llegado antes que los 2 restantes.

Mi “novio” es  un gurú. Sí, un gurú. Le conocí en un retiro espiritual de limpieza de auras. Allí me di cuenta de lo sucísima que tenía mi aura. Por suerte, en un fin de semana me la dejaron niquelada. Él también la debía de tener sucísima, el aura digo, porque se pasó todo el fin  de semana en estado catatónico. Al volver del retiro, le ofrecí llevarle a su casa, pues él no tenía coche. Los gurús es que no tienen pertenencias. Confían en que la vida provee. Y me invitó a subir a su casa, tenía alquilada una habitación a las afueras de Madrid.  Por lo visto, es que los gurús no se mezclan mucho con la plebe. Y allí nos besamos tiernamente, casi no tocaba su lengua con la mía, y me daba besitos suaves, casi transparentes, en los labios y por todo mi cuerpo. Después de 2horas de tanta ternura, yo ya estaba más salida que el pico de una mesa y quería follar. Pero él me dijo que no podía gastar energía. Que eso de hacer el amor era muy desgastante si no teníamos alineados los chakras. Esa noche me fui a mi casa, calentita y bastante cabreada con el tantra y con los chakras.  Yo creo que ya se me volvió a ensuciar el aura y todo del calentón con el que me quedé.  Me acordé de mi madre, que siempre me ha dicho que tengo un radar especial para sentirme atraída solo por hombres vagos y raros. Muy raros.

Estuve con el gurú un par de semanas, pero tenía que canalizar toda mi energía sexual contenida con alguien, así que una noche bajé a tomarme un mojito al bar de la esquina de mi casa y me follé al camarero en el baño. Fue algo incómodo, acabé con cardenales en las piernas y con dolor en el coxis.  La verdad es que a 100 metros estaba mi casa, pero yo tenía tantas ganas de desfogarme que no aguantaba ni un minuto más. Ese hombre sí que era un macho ibérico de pelo en pecho, al que le gustaba el fútbol y la cerveza tanto que las había hecho su negocio y ahora regentaba un bar muy animado con unos baños muy recomendables. Me pillaba cerca de casa y cuando él cerraba el bar, nos quedábamos tomando cocktails y comía de mi vientre frutos secos y palomitas de maíz.

Así que de repente me vi con el gurú, y con el camarero a la vez.  No lo hice adrede, fluyó así. El gurú me enseño que todo de fluir y canalizarse. Yo solo seguí sus sabios consejos.

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Susurros de amor

No hay nada que me excite más que me digan  cositas subidas de tono al oído. Es algo que me retuerce de placer al instante. Si un hombre descubre esto y sabe cómo utilizarlo, me tiene húmeda y expectante cuando quiera.

No hay para mí nada como el estímulo auditivo. Dicen que los hombres, en cambio,  son más visuales y de ahí viene el éxito de la lencería, el maquillaje y los tacones. Las mujeres nos hemos dado cuenta de esto hace varios millones de años y utilizamos estos estímulos para conseguir atrapar a los hombres bajo nuestras faldas. La cantidad de dinero que invierte una mujer en estos objetos es enorme. Incluso hacemos cursos para aprender a maquillarnos, nos gastamos miles de euros en medias de encaje, sujetadores y corpiños imposibles de utilizar después para ir a la oficina pero que sirven para un objetivo mayor.  Tanto esfuerzo  nos merece la pena cuando ellos nos miran con deseo y se hacen un lío tratando de desabrochar tantos corchetes.

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¿Con o sin alianza?

Yo siempre he sido una mujer con dos pechos bien puestos y un trasero apretado ¡Mis horas de gimnasio y de running me han costado! Y quedarme con hambre después de cada comida. Y no probar el chocolate en años.

Llegando espectacular a mi treintena, con un buen trabajo, un bonito ático pintado de malva y muchas noches de vino y rosas a mis espaldas, me faltaba un amante, a ser posible, casado, para completar mi imagen de diva.

No fue difícil encontrar en las calurosas noches de Madrid a un ejecutivo con una alianza en el dedo anular y un par de hijos a medio criar. Nos acostamos la primera noche que nos conocimos  como si rodásemos una película porno en un hotel del centro de la ciudad. Ese hombre tenía mucha, pero mucha, necesidad de sexo. Un par de piernas botinas, un bronceado perfecto y unos sugerentes tacones, hicieron que picara el anzuelo en menos de lo que tardo en quedarme sin ropa interior cuando no la uso.

Pero se me fue de las manos y Eduardo, que así se llamaba mi amante casado, se convirtió en algo más para mí. Intenté que dejara a su mujer con todas mis armas femeninas y mucha dosis de manipulación, pero fue inútil. No entendía porqué, pero Eduardo volvía a casa con su mujer y sus polluelos cada noche.

Un día, averigüé donde hacía la compra Marisa,  su mujer, y me hice su amiga en el centro comercial.  Marisa iba cada día al supermercado, incansable,  y cargaba sola con bolsas y bolsas en el Mercadona para alimentar a su prole.

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Luces y sombras

Lo de acostarse con el jefe siempre me ha parecido un micromachismo de esos que no soporto. Pero a veces la vida te explota tus propios prejuicios en la cara.

La verdad es que él nunca me había llamado la atención como macho sexual. Sí que me había llamado la atención como jefe, así que procuro estar atenta a sus gestos, tono de voz, miradas, vestimenta…para intentar descifrar cómo iba la empresa y qué ambiente laboral se urde en la oficina.

Pero ahora que lo pienso más detenidamente, puede que tras  ese interés meramente laboral, se escondían furtivos deseos hacia el torso musculado que se dejaba entrever bajo sus camisas de marca y aquellas serias corbatas.

Mi mesa estaba cerca de su “pecera” , así que podía ver desde un lateral sus idas y venidas. Realmente, antes de verle, le olía. Llevaba un fuerte perfume comercializado para despertar todas mi feromonas al instante.

Me sorprendí a mi misma varias veces posando mi mirada en su trasero unos minutos más de lo políticamente correcto.  Ni yo misma sabía qué significaba realmente este cosquilleo que sentía entre las piernas y ese brillito en mis pulilas acompañados de aleteos de mariposas en mi estómago cada vez que ese perfume adelantaba su aparición estelar en la oficina.

En la cena de empresa de Navidad, me pillé  a mí misma eligiendo un vestido más atrevido de lo habitual y preocupándome en exceso por la lencería que llevaría aquella noche.

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Besos de mujer

Nuestras miradas se unieron en el espejo del baño del bar en el que estábamos aquella noche. Ella me agarró por detrás, levantando mi cara hasta que nuestros ojos se encontraron en el mismo reflejo, dijo: “Tú eres de la única de la  que te tienes que ocupar”.
Después, giró con sus firmes manos mi cara hacia la suya y me besó.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mis pezones se erizaron bajo mi vestido empapado de lágrimas, sudor y alcohol. Fue el beso más profundo y orgásmico que había experimentado en toda mi vida. Los hombres no besan así. No besan como dándote el alma, como sintiendo el universo en tu boca.

Os preguntaréis cómo una chica heterosexual y con pareja estable como yo, había acabado morreando a una desconocida frente a un espejo en el baño de un bar.
Pues fue uno de esos jueves que salí asqueada de la oficina. Llevaba demasiadas semanas trabajando 12 horas al día. Además, la noche anterior había pillado a mi novio en nuestra cama masturbándose con una mujer que salía en la pantalla de su ordenador. No podía más, llevaba tantos meses trabajando tanto que hasta entendí que mi novio tuviera que desfogarse con otra mujer. No pude evitar sentir repulsión, asco, y culpa. Repulsión por hacer algo tan íntimo con una desconocida. Asco porque fuera sobre el lecho que compartíamos cada noche desde hacía 3 años. Y culpa por no haberme dado cuenta de que llevábamos semanas sin acostarnos.
Así que al día siguiente de que se me quedara grabada en mi mente la imagen de mi pareja disfrutando del sexo con otra on line, pues salí de trabajar más tarde de las 22h y muy harta de mi culpa, mi asco y de toda mi repulsión.
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“¿Controlas o fluyes?”

Estaba inmersa en la reunión de asignación de presupuestos trimestral, aburrida como una mona enjaulada, como me vibró el móvil y de un vistazo vi el icono verde de wasap esperándome. Era él.
Decía que venía a Madrid el viernes y que había reservado una habitación para los 2 en el hotel de siempre.
Creo que me sonrojé en ese mismo instante. Estoy segura de que algún compañero de la reunión se dio cuenta de que la temperatura subió varios grados en un segundo en aquella reunión.
Empecé a sentir cosquillitas entre las piernas y un intenso rubor que me caldeaba todo el cuerpo.
Hacía ya 2 meses que no compartíamos una de nuestras citas de sexo y pasión sin compromiso.
Él vivía en Berlín pero tenía reuniones a menudo por toda Europa. Yo vivía en Madrid, y también dormía fuera de casa a veces por trabajo.
Desde hacía más de 1 año, nos citábamos en algún hotel de la ciudad donde coincidiéramos.
Y el destino y nuestras agendas me habían privado de esos encuentros desde hacía ya 2 meses.
No podía aguantar más.

Me pasé el resto de la reunión cuadrando mi agenda para tener libre la tarde del viernes y, además, organizar citas para pedicura, manicura, peluquería y abastecimiento de lencería nueva.
Quería estar perfecta y controlar hasta el último detalle, ya que cada centímetro de mi piel iba a ser lamido, besado y acariciado extensa y sabrosamente.

Recordé la primera vez que nos vimos. Fue el día en que me sentí la mujer más deseada del planeta.
Ocurrió en noviembre del año pasado, en una fiesta que daba mi jefe en su ático de la Castellana para todos los empleados y colaboradores de la empresa. Yo estaba hablando con varias de las secretarias de dirección, mientras removía aburrida los hielitos de mi gin tonic, cuando me llegó un aroma irresistible que, al instante, erizó todo mi cuerpo y lo puso alerta. Olía a…hombre! A pura sensualidad, a pura testosterona mezclada con after shave y un perfume muy pero que muy, masculino y tentador.
Si los hombres se echan esos perfumes para atraernos como si fuéramos lobas del desierto…lo consiguen (a veces).
Busqué con la mirada la fuente de mi deseo, y le encontré en seguida trasteando con su iphone en un rincón de la fiesta.
¿Cómo un hombre así estaba allí sin hablar con nadie?
En ese momento, agradecí los gin tonic con y sin hielo que me había tomado antes. Me envalentoné y fui directa hacia él, como un imán que irrefrenablemente siente una fascinante atracción por su polo opuesto.
Él alzó la mirada desde su teléfono, y la fijó en mis ojos. Seguidamente, sus pupilas fueron directas a mi escote.
Creo que mis pechos eran un emisor de radiaciones imperceptibles por los 5 sentidos humanos. Era su puro instinto masculino el único que podía percibirlas en aquel momento.
Y entonces supe que aquella noche, ese hombre sería carnalmente mío.
No recuerdo qué fue lo primero que le dije. Tampoco recuerdo que me dijo él. Solo sé que nuestros cuerpos no podían parar de tocarse; de rozarnos sutilmente el brazo en medio de la conversación. O de jugar entrelazando nuestros traviesos dedos entre copas y hielos.
El resto de las personas de las fiesta desaparecieron de mi área de atención por completo. Simplemente, dejaron de existir.
He de reconocer que, por un instante, vinieron pensamientos a mi cabeza de si mi jefe se estaba dando cuenta del magnetismo de estos 2 imanes en los que se habían convertido nuestros cuerpos en aquella fiesta. O de si él tenía una esposa que le esperaba dormida en casa. O peor aún, hijos que esperaban ansiosos a que papá regresara de aquella fiesta de negocios.
Pero dejé pasar esos pensamientos. No podía, ni quería, engancharme en ellos en ese momento. Todo la intuición de mi útero me decía que quería a ese hombre cerca, bien dentro.
Acabamos revolcándonos en su habitación como verdaderos animales en el campo.
Ya en el ascensor de su hotel, nos devoramos. Me besó el cuello con pasión, me agarró del pelo y me clavó la cabeza entre sus piernas. Caí de rodillas ante él.
Sentí sus embestidas durante horas. No había tenido a un amante así en la vida.

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“Me gustan los hombres…”

Me gustan los hombres delicados, que hablan suave y te tocan tímidos y te miran de reojo. Que se mueren de vergüenza si les dices un piropo y les das un pellizco en el culo.

Me gusta su sensibilidad y su ternura. Que no tengan ni un solo pelito en su cuerpo. Que tiemblen ligeramente al acogerte en su regazo. Que después de hacerte el amor, se pasen toda la noche abrazándote por detrás como una cucharita, sin apenas moverse, sin poder conciliar el sueño porque no pueden parar de admirar tu belleza.

Hombres que te atusan el pelo a la menor ocasión, que te hacen cosquillitas en la espalda y  te dan mil mimos en cada despertar a su lado.

Que yo esté horneando galletas en la cocina, y que se acerque por detrás  para susurrarme que soy la mujer más bella del mundo. Que sus brazos delicados me mezan en un suave vaivén al penetrarme, despacio, sin prisa, sincronizando su respiración a la mía.

Hombres a los que le guste la música, que toquen el piano, o la guitarra, o mejor aún, los timbales! que canten y bailen a cualquier ritmo.  Esos hombres que combinan colores al vestir, que aprecian si has cambiado de perfume o si llevas unos nuevos pendientes.

Esa extrema sensibilidad  me vuelve loca, muero de puro amor. Me derrito en sus tímidos brazos. Hombres que no te hacen daño al tocarte los pechos, porque los tratan con delicadeza, con mimo; cada centímetro de tu piel es para ellos, como una lámina sagrada. Hombres que  te cuentan al oído lo que sienten, que hacen yoga y leen a Osho.

Muero por esos pantalones anchos, por esa delgadez de niño inocente pidiendo y dando amor a raudales.

Hombres que escuchan desde el corazón cada cosa que dices y que no dices. Su intuición me maravilla. Nunca levantan el tono de voz.

Te abrazan lento y te hacen el amor despacio, mil caricias recorren tu piel antes de sentirle dentro de ti. Hombres que saben cuando la Luna se vuelve oscura y cuando la Luna se llena.

Hombres generosos a los que les gustan los niños, y juegan con ellos con una paciencia infinita.

Hombres creativos que pintan, que dibujan, que hacen poesía y recitan mantras. Que cuando quedas con tus amigas, ellos son como una más, todas le cuentan sus secretos  porque él es la comprensión personificada.

Me enamoran esos hombres. Los huelo. Los detecto a leguas de distancia. Me atraen como un poderoso imán. Caigo rendida a sus pies descalzos al instante.

Claro que…cuando me veo en pleno Colombia conduciendo un jeep por un camino de tierra entre cabras, y esos hombres acaban siendo el copiloto, se asustan y cierran los ojos….se me cae la líbido al suelo.  Y cuando soy yo la que cargo las maletas porque como peso 20 kilos más que ellos, parezco Hulk a su lado. Hombres que tienen la sangre de horchata. Que podemos dejar que el vecino de arriba baile claqué un lunes a las 3 de la mañana sin decir ni mú. Hombres que se asustan de que aparezca una iguana en la casita de la palmera en la que dormís en  Maldivas.

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“Pisando la Tierra que nos sostiene”

Ensangrentados los pies de andar descalzos por la selva, mil y una picaduras de exóticos insectos brean mi piel, pero mi corazón se mantiene resplandeciente de puro amor.

Había salido literalmente huyendo del asfalto de Madrid. No aguantaba más. El último empujón en el metro había sido el detonante. O quizás que nadie me mirase a los ojos en semanas. O que ya mis pulmones no soportaban más respirar el humo de los coches. O ese último wasap  que escribí mendigando migajitas de amor sin respuesta.

Salí huyendo. Sí.

Todo ese mundo gris no era el mundo que sostenían mis agotados brazos ahora.

Ahora mis pupilas reflejaban todas las tonalidades de verdes y azules que contiene el océano.

Ahora veo que a veces lo peor que te puede pasar, a veces, resulta ser lo mejor.

Llegué a México blanca por fuera y negra por dentro. Ahora vuelvo a Madrid totalmente al revés, negra por fuera y muy blanca y pura por dentro.

Tuve que soltar todos los apegos a las cosas cuando me di cuenta que mis 50kg de peso no podían cargar con la mochila de Decathlon  llenita a rebosarde cosas que me había dado cuenta de que realmente no necesitaba. Ni siquiera zapatos. Ni siquiera un móvil. Y algunos días, ni siquiera comer.

Estuve bañándome desnuda en varios campings de la isla de Cozumel. Sentía que necesitaba limpiarme, por dentro, y por fuera, así que me despojé de todo y me dediqué a flotar rodeada de peces de colores y tortugas juguetonas.

En aquella bella isla, conocí a un grupo de mochileros españoles (madrileños hay por todas partes!). Se dirigían a Tulum. Por lo visto, se iba a celebrar la fiesta de la luna llena 3 días más tarde y nómadas de todo el mundo se reunirían allí en torno a hogueras y ritos chamánicos.

Mis mayores fiestas habían sido encerrada en Pachá con algún DJ de moda, así que me decidí a probar el fiestón de Sión del que hablaban mis nuevos amigos.

El paraíso hippie nos recibió en Tulum. Tuvimos que hacer auto stop durante 2 días enteros para poder llegar al recóndito rincón de la selva donde la Luna presidiría el ritual del amor que tendría lugar esa noche.

Según nos acercábamos al valle donde estaba teniendo lugar el encuentro de almas libres de todo el mundo bajo las estrellas, ya sentía en mi cuerpo una potente  vibración que me recorría desde mis pies descalzos hasta mis entrañas. Parecía que la Tierra retumbaba en mi cuerpo, una y otra vez.

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