“¿Controlas o fluyes?”
Estaba inmersa en la reunión de asignación de presupuestos trimestral, aburrida como una mona enjaulada, como me vibró el móvil y de un vistazo vi el icono verde de wasap esperándome. Era él.
Decía que venía a Madrid el viernes y que había reservado una habitación para los 2 en el hotel de siempre.
Creo que me sonrojé en ese mismo instante. Estoy segura de que algún compañero de la reunión se dio cuenta de que la temperatura subió varios grados en un segundo en aquella reunión.
Empecé a sentir cosquillitas entre las piernas y un intenso rubor que me caldeaba todo el cuerpo.
Hacía ya 2 meses que no compartíamos una de nuestras citas de sexo y pasión sin compromiso.
Él vivía en Berlín pero tenía reuniones a menudo por toda Europa. Yo vivía en Madrid, y también dormía fuera de casa a veces por trabajo.
Desde hacía más de 1 año, nos citábamos en algún hotel de la ciudad donde coincidiéramos.
Y el destino y nuestras agendas me habían privado de esos encuentros desde hacía ya 2 meses.
No podía aguantar más.
Me pasé el resto de la reunión cuadrando mi agenda para tener libre la tarde del viernes y, además, organizar citas para pedicura, manicura, peluquería y abastecimiento de lencería nueva.
Quería estar perfecta y controlar hasta el último detalle, ya que cada centímetro de mi piel iba a ser lamido, besado y acariciado extensa y sabrosamente.
Recordé la primera vez que nos vimos. Fue el día en que me sentí la mujer más deseada del planeta.
Ocurrió en noviembre del año pasado, en una fiesta que daba mi jefe en su ático de la Castellana para todos los empleados y colaboradores de la empresa. Yo estaba hablando con varias de las secretarias de dirección, mientras removía aburrida los hielitos de mi gin tonic, cuando me llegó un aroma irresistible que, al instante, erizó todo mi cuerpo y lo puso alerta. Olía a…hombre! A pura sensualidad, a pura testosterona mezclada con after shave y un perfume muy pero que muy, masculino y tentador.
Si los hombres se echan esos perfumes para atraernos como si fuéramos lobas del desierto…lo consiguen (a veces).
Busqué con la mirada la fuente de mi deseo, y le encontré en seguida trasteando con su iphone en un rincón de la fiesta.
¿Cómo un hombre así estaba allí sin hablar con nadie?
En ese momento, agradecí los gin tonic con y sin hielo que me había tomado antes. Me envalentoné y fui directa hacia él, como un imán que irrefrenablemente siente una fascinante atracción por su polo opuesto.
Él alzó la mirada desde su teléfono, y la fijó en mis ojos. Seguidamente, sus pupilas fueron directas a mi escote.
Creo que mis pechos eran un emisor de radiaciones imperceptibles por los 5 sentidos humanos. Era su puro instinto masculino el único que podía percibirlas en aquel momento.
Y entonces supe que aquella noche, ese hombre sería carnalmente mío.
No recuerdo qué fue lo primero que le dije. Tampoco recuerdo que me dijo él. Solo sé que nuestros cuerpos no podían parar de tocarse; de rozarnos sutilmente el brazo en medio de la conversación. O de jugar entrelazando nuestros traviesos dedos entre copas y hielos.
El resto de las personas de las fiesta desaparecieron de mi área de atención por completo. Simplemente, dejaron de existir.
He de reconocer que, por un instante, vinieron pensamientos a mi cabeza de si mi jefe se estaba dando cuenta del magnetismo de estos 2 imanes en los que se habían convertido nuestros cuerpos en aquella fiesta. O de si él tenía una esposa que le esperaba dormida en casa. O peor aún, hijos que esperaban ansiosos a que papá regresara de aquella fiesta de negocios.
Pero dejé pasar esos pensamientos. No podía, ni quería, engancharme en ellos en ese momento. Todo la intuición de mi útero me decía que quería a ese hombre cerca, bien dentro.
Acabamos revolcándonos en su habitación como verdaderos animales en el campo.
Ya en el ascensor de su hotel, nos devoramos. Me besó el cuello con pasión, me agarró del pelo y me clavó la cabeza entre sus piernas. Caí de rodillas ante él.
Sentí sus embestidas durante horas. No había tenido a un amante así en la vida.