“Pisando la Tierra que nos sostiene”
Ensangrentados los pies de andar descalzos por la selva, mil y una picaduras de exóticos insectos brean mi piel, pero mi corazón se mantiene resplandeciente de puro amor.
Había salido literalmente huyendo del asfalto de Madrid. No aguantaba más. El último empujón en el metro había sido el detonante. O quizás que nadie me mirase a los ojos en semanas. O que ya mis pulmones no soportaban más respirar el humo de los coches. O ese último wasap que escribí mendigando migajitas de amor sin respuesta.
Salí huyendo. Sí.
Todo ese mundo gris no era el mundo que sostenían mis agotados brazos ahora.
Ahora mis pupilas reflejaban todas las tonalidades de verdes y azules que contiene el océano.
Ahora veo que a veces lo peor que te puede pasar, a veces, resulta ser lo mejor.
Llegué a México blanca por fuera y negra por dentro. Ahora vuelvo a Madrid totalmente al revés, negra por fuera y muy blanca y pura por dentro.
Tuve que soltar todos los apegos a las cosas cuando me di cuenta que mis 50kg de peso no podían cargar con la mochila de Decathlon llenita a rebosarde cosas que me había dado cuenta de que realmente no necesitaba. Ni siquiera zapatos. Ni siquiera un móvil. Y algunos días, ni siquiera comer.
Estuve bañándome desnuda en varios campings de la isla de Cozumel. Sentía que necesitaba limpiarme, por dentro, y por fuera, así que me despojé de todo y me dediqué a flotar rodeada de peces de colores y tortugas juguetonas.
En aquella bella isla, conocí a un grupo de mochileros españoles (madrileños hay por todas partes!). Se dirigían a Tulum. Por lo visto, se iba a celebrar la fiesta de la luna llena 3 días más tarde y nómadas de todo el mundo se reunirían allí en torno a hogueras y ritos chamánicos.
Mis mayores fiestas habían sido encerrada en Pachá con algún DJ de moda, así que me decidí a probar el fiestón de Sión del que hablaban mis nuevos amigos.
El paraíso hippie nos recibió en Tulum. Tuvimos que hacer auto stop durante 2 días enteros para poder llegar al recóndito rincón de la selva donde la Luna presidiría el ritual del amor que tendría lugar esa noche.
Según nos acercábamos al valle donde estaba teniendo lugar el encuentro de almas libres de todo el mundo bajo las estrellas, ya sentía en mi cuerpo una potente vibración que me recorría desde mis pies descalzos hasta mis entrañas. Parecía que la Tierra retumbaba en mi cuerpo, una y otra vez.